Cuando a los 22 años subí por primera vez una pared, me invadió una sensación que no olvidaré nunca: fue amor a primera vista.

Treinta años después, la escalada sigue siendo una fiel compañera de vida tanto a nivel personal como profesional. 

Desde muy joven me dediqué a la enseñanza y hace unos 15 años decidí fusionar mi pasión por la escalada con mi formación académica en la docencia.

Disfruto enormemente enseñando y acompañando a las personas a lo largo de las sesiones y las clases. Ver como poco a poco van ganando fluidez al escalar es una gran satisfacción.

Pero la escalada no es solo técnica, físico, táctica ; es también un deporte donde el factor mental juega un papel clave a la hora de superar un reto. A lo largo de mi vida como escaladora, he podido observar cómo el estado mental afecta a muchos escaladores y comprobar cómo un estado emocional y diálogo interno puede llevar hasta lo más alto, o por el contrario,  puede limitar al máximo, paralizando totalmente al/  a la escalador/a. Yo misma, lo he podido vivir personalmente.

Por eso decidí formarme en coaching e incorporar sus técnicas a mi práctica profesional para poder asistir mejor a las personas.

Me encanta ayudarlas y verlas evolucionar a lo largo de las sesiones y  entrenamientos  pero hay una cosa que para mí no tiene precio:  ver brillar la chispa en los ojos de una persona logrando algo que le parecía imposible.